¿Por qué es importante el feminismo decolonial y descolonizar los discursos de género?
Usualmente, cuando hablamos de feminismo caemos en la trampa de asumir que se trata de esa mirada etnocentrista, eurocéntrica, capitalista, blanca y laica, o como lo llama Angela Davis, “el feminismo de techo de cristal”, que solo busca derribar las barreras de aquellas a las que solo les falta un peldaño para llegar a la cima y lo hacen a costa de aquellas que les lavan los pies y limpian las escaleras.
Dudo mucho que Beauvoir escribiera El segundo sexo y sus famosas líneas “No se nace mujer, se llega a serlo” pensando en las mujeres del Sur, o Virginia Woolf se imaginara las condiciones las mujeres de la clase más precarizada cuando escribió que “una mujer, para escribir una novela, necesita dinero y cuarto propio”. En el imaginario occidental, no existe la mujer racizada más allá de su jerarquía racional donde hay conocimientos más aceptables que otros y, por lo tanto, vidas que son valiosas y otras que son mercancía.
Audre Lorde lo expresó de una manera nítida en “La hermana, la extranjera”: “Los padres blancos dijeron: ‘Pienso, luego existo’. La madre negra que todas llevamos dentro, la poeta, nos susurra que en nuestros sueños: ‘Siento, luego puedo ser libre’”. Para la racionalidad eurocentrista, los sentimientos y las ansias de libertad de una mujer taina como Anacaona fueron suficientes como para condenarla a la soga hay mujeres que valen y mujeres que no.
Recordemos que, en pleno Renacimiento, mientras los hombres blancos celebraban haberle ganado a la superstición y la religión con filosofía y ciencia, se quemaban “brujas” y se compraban “esclavos”. Por eso necesitamos descolonizar los discursos entorno al género y articular feminismo de las negras, las indígenas, las pobres, las trabajadoras del sexo, las trabajadoras del hogar, las que trabajan en el terreno ajeno y las del mal llamado tercer mundo. Un feminismo que atienda a esta diversidad de experiencias y se construya a través del conocimiento vivo y ancestral.