El derecho inherente a escribir nuestra historia

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Tiempo y espacio se unen para definir la narrativa social alrededor de la cual crecemos y dentro de la cual nos definimos. Históricamente, la expectativa más relevante en la vida de una mujer había sido la de casarse y tener hijos. Como consecuencia, las mujeres –en su gran mayoría- no formaban parte de las conversaciones, ni de las decisiones que fueron moldeando el mundo que hoy vivimos. Un mundo en el que hace 45 años las mexicanas no teníamos derecho a votar (no fue hasta febrero de 1947 que se nos reconoció ese derecho). Un mundo que a la fecha está dominado por valores y narrativas primordialmente masculinas. Un mundo en el que las mujeres, a nivel global y de acuerdo con las Naciones Unidas, seguimos ganando 23% menos que los hombres por realizar el mismo empleo. Dicho de otro modo, cobramos 77 centavos por cada peso que gana un hombre; lo que equivale a trabajar sin remuneración el 23% del año (esto equivale a casi 3 meses por año). Un mundo en el que las responsabilidades y los derechos de las mujeres y los hombres siguen sin ser equitativos, y en el que venimos arrastrando siglos de creencias limitantes acerca de lo que significa o no ser mujer. 

Cada ser humano, hombre o mujer, tiene el derecho inherente de elegir su propia historia. Esto se logra con las decisiones que tomamos, así como a través de los acuerdos que elegimos -de manera consciente o inconsciente- para vivir la vida: soltera o casada, con o sin hijos, y con una carrera laboral tan demandante como uno decida.  Afortunadamente hoy en día las narrativas socialmente aceptadas y aplaudidas para la mujer no se enfocan solo en sus talentos para administrar el hogar y formar una familia, sino también en el deseo de forjar una carrera profesional. Aunque lo segundo sigue siendo aplaudido con menor énfasis que lo primero.

En la actualidad sabemos colectivamente que la mujer puede escribir una historia disociada de la cosmovisión en la que solo podemos estar completas a través del matrimonio y de los hijos. Este parteaguas que sigue en proceso de consolidación, viene ligado a la responsabilidad de seguir luchando por una remuneración más equitativa, por más representación de las mujeres en todas las áreas laborales y en los medios de difusión, por nuevas maneras de compartir las tareas en el hogar, y por una disminución en la violencia de género (ya sea hablada o actuada). 

Estas conversaciones no siempre son cómodas, no siempre serán exitosas, y en algunas ocasiones generarán conflictos que preferiríamos evitar. Inspirémonos en los nuevos liderazgos femeninos, como el de Jacinda Adern, que durante siglos fueron impensables. Liderazgos que hoy nos empujan a encontrar nuevas formas de balancear la vida personal y la vida profesional. Creemos comunidades en las que cada una, desde nuestra historia, podamos apoyar a otras mujeres en su crecimiento personal y profesional. Seamos empáticas al observar que todos estamos estamos malabareando los componentes de la vida que elegimos; que ningún camino está libre de obstáculos, y que todo es más llevadero cuando nos apoyamos y nos ayudamos a crecer. No hay recetas fáciles, ni mágicas para seguir escribiendo las historias que rompen los paradigmas tradicionales de lo que significa ser mujer. La vida sigue siendo compleja y está llena de altas y bajas, pero hoy tenemos el derecho y el poder de escribir una historia distinta a la que nos contaron durante siglos. Una historia en la que sabemos que los cuentos de hadas no existen, pero en la que tenemos la capacidad y el poder de incidir en las conversaciones y en las decisiones que están moldeando al mundo.