Igualdad de género: el argumento instrumental vs. el argumento intrínseco

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Cuando las mujeres tienen acceso a educación, trabajos, créditos y bienes, son capaces de contribuir sustancialmente al crecimiento económico de una sociedad y catalizar su proceso de desarrollo. 

 

La narrativa del empoderamiento de la mujer y la igualdad de género como medios para alcanzar el progreso ha permeado en nuestra sociedad en muchos niveles. Diversas políticas nacionales, proyectos de agencias internacionales de desarrollo e iniciativas de responsabilidad social corporativa,especialmente en países en desarrollopor ejemplo, se han basado en esta idea como justificación para otorgar ciertos derechos o privilegios a las mujeres y nivelar el campo de juego con sus pares. 

 

Así, se ha considerado a la igualdad de género como una meta de interés colectivo, pues bajo dicha lógica, el que las mujeres tengan acceso a derechos y oportunidades tendrá un efecto positivo en la economía y en la sociedad en su conjunto. 

 

Esta narrativa se ha enfocado en el aspecto instrumental de la lucha por la igualdad de género, privilegiándolo sobre el argumento intrínseco. Las premisas y supuestos que respaldan esta idea no consideran la discriminación en contra de las mujeres que se manifiesta en las normas patriarcales, sociales y culturales que aún juegan un papel central en nuestra vida cotidiana.  Dos de las premisas o supuestos más importantes que han moldeado esta narrativa son: (a) el estereotipo de la madre altruista y (b) la igualdad de género y las ganancias en productividad. 

 

El estereotipo de la madre altruista se refiere a que, cuando una madre dispone de recursos económicos es más probable que los invierta en la salud, bienestar y educación de sus hijos, en comparación con los padres. Así, el empoderamiento de la mujer, o la posibilidad de elegir cómo asignar recursos, es considerada como una promotora de movilidad social y de beneficios económicos y sociales de largo plazo. Existe evidencia que señala que, a mayor participación femenina en el manejo de los recursos del hogar, mejores resultados en los niveles de nutrición de los hijos. Los programas de transferencias monetarias condicionadas, en donde los recursos monetarios se transfieren exclusivamente a las mujeres jefas de hogares, son un ejemplo de esto. Aunque han jugado un rol importante en mejorar los indicadores de salud y asistencia escolar de las niñas y niños en algunos países, también han promovido y reforzado roles de género tradicionales, en donde las mujeres son las cuidadoras primarias de sus hijos y asumen el trabajo reproductivo, mientras que los hombres llevan a cabo el trabajo fuera del hogar. 

 

Por otro lado, existe el supuesto de que cuando las mujeres cuentan con más años de educación y se integran al mercado laboral, su empoderamiento económico tendrá un efecto indirecto o secundario que contribuirá a un crecimiento económico general. Sin embargo, este supuesto no considera las dimensiones de género del capital humano y del trabajo que conlleva dicho crecimiento económico. Si se considera a los salarios y los tipos de trabajos en los que las mujeres se ocupan típicamente como indicadores de igualdad de género, el argumento detrás de este supuesto se vuelve cuestionable. Si bien las brechas de logro educativo entre hombres y mujeres se ha reducido en los últimos años (13% en África sub-Sahariana, 6% en el sur de Asia y 1% en América Latina y el Caribe), la participación económica y la brecha salarial siguen siendo altas (34%, 64% y 36% respectivamente) (The Global Gender Gap Report 2020). Países cuyas economías están basadas principalmente en exportaciones de bienes manufacturados de trabajo intensivo, como la industria textil, se han beneficiado de las desigualdades de género en los salarios y la mano de obra barata de las mujeres. Si bien las mujeres tienen una participación cada vez mayor en los mercados laborales en países en desarrollo, estos son altamente feminizados y precarizados. 

 

En las sociedades en las que las normas patriarcales continúan jugando un rol central, las mujeres son consideradas como trabajadoras secundarias y cuidadoras principales, lo cual las relega a un número limitado de ocupaciones feminizadas y precarizadas, y esto tiene costos altos para la igualdad de género.

 

Ambos supuestos tienen una visión limitada de las experiencias de las mujeres en la vida cotidiana. El problema es que al privilegiar el aspecto instrumental de la igualdad de género se deja en un segundo plano la urgente necesidad de atender las desigualdades históricas de género, además de no reconocer el valor que la igualdad de género tiene per se (argumento intrínseco) y justificarla por sus beneficios para el crecimiento económico. Por eso combatir la discriminación estructural e histórica en contra de la mujer deber ser la primera prioridad.